De las peripecias y hazañas de Cudberto

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Licenciatura en Administración de Empresas y Maestría en Comunicación Corporativa . Postgrado en Alta Dirección de Empresas y estudios en “Literatura Hispanoamericana Contemporánea” y “Cervantes y El Quijote”. Escritora, Premio Rey Ocho Venado al mejor poema del año, otorgado en el X Encuentro Internacional de Mujeres Poetas México (2002), premio único del concurso de cuento corto Juan Domingo Argüelles Q. Roo (1999) y mención honorífica en el concurso de cuento corto “Como el mar que regresa” Q. Roo (2000), mención honorífica en el concurso de cuento de muertos Día De Muertos en México de la Casa de la Cultura de Cancún (2002). Colaboró con una columna en el periódico de Q. Roo, “La Voz del Caribe” por varios años y tiene 7 libros de poesía y cuento. Ha participado con el Instituto Quintanarroence de la Cultura como jurado en los concursos estatales de cuento corto. Ha formado parte de varios talleres literarios.

Friday, July 15, 2005

Indice

Cap. I De cómo Cudberto decidió ignorar la petición de David F.
Cap. II De cómo Cudberto viajó con sus hijos por todo el mundo
Cap. III El país del Norte
Cap. IV De cómo Dios los hace y ellos se juntan
Cap. V Carmensita y la máquina del tiempo
Cap. VI Del instante en que Kadmiga se cruzó con el famoso autor del libro “8 poenalgadas”
Cap. VII De cómo Cudberto publicó la anécdota de Kadmiga
Cap. VIII Una vieja historia del famoso escultor Víctor Gutiérrez
Cap. IX De Cudberto en Roppongi Hills
Cap. X Del artículo que escribió Cudberto sobre el significado de la palabra México
Cap. XI De los horribles mamotretos que sembró el D.V.E.
Cap. XII Del porqué Cudberto quería cambiar de planeta
Cap. XIII Del avatar de Cudberto como profesor universitario
Cap. XIV De cómo Carmensita conoció a su tía abuela Fidela

Indice de Personajes

Bello Armeta: Doctor que impartió el seminario “Desarrollo estratégico de nuevos productos”.

Benita Vergara: tía de Cudberto, famosa por sus historias fantásticas tomadas de la realidad.

Brunelleschi o Bruno: amigo del alma de Cudberto que vivió en el País del Norte.

Canalla Clarinete: ilustrísimo ecónomo de Tenochtlán.

Carmen: Suegra de Cudberto.

Carmensita: Esposa de Cudberto

Carmensitita: hija de Cudberto bautizada así en honor a su abuela Carmen y a su madre Carmensita.

Charly Delgado: antiguo admirador de Carmensita, antes de convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo.

Coque: ver Jorge W. Arbusto.

Cudberto: Protagonista de sus propias aventuras, primero escritor de un pequeño, mas muy leído, diario de Tenochtlán, luego profesor de la Universidad de Kukultlán.

David F. : Lector de Cudberto. Lic. en Administración de Empresas, Programador Analista, especializaciones en :Administración Integral, Calidad en el Servicio, Aplicación de Pruebas Psicometrías y Selección de Personal.

D.V.E.: Doctor, Veterinario, Ecologista, delincuente y 3er Presidente Municipal de Kukultlán.

Jorge W. Arbusto (Coque) : Presidente del País del Norte quien se caracterizaba por su escasa inteligencia.

Júnior Green: antiguo compañero de Carmensita, que se hacía pasar por ecologista.

Kadmiga: hermana de Cudberto y doctora en Sociología.

Leodegario Sansón Reyes: dueño de una imprenta en Ropongi Hills, musculoso levantador de pesas dedicado a “su consultorio” ubicado a media selva, donde da remedios para los males del corazón.

Magalicienta: 2ª Presidenta Municipal de Kukultán.

Mister L. Bin: terrorista asalariado del País del Norte, gracias a la mercadotecnia, el hombre más popular del mundo entero, y cuyo nombre completo es Mister Laden Bin.

Mon Roi: inigualable director de la Orquesta de Cámara de Kukultlán.

Mr. Notenymor Green: padre de Júnior Green fundador del partido Green.

Pablo Boullosa: autor de 20 poemas a unas nalgas, que aparecía en la televisión.

Rey: antiguo enamorado de Carmensita.

Sansón Reyes: ver Leodegario Sansón Reyes.

Sisenando: Hijo de Cudberto bautizado en honor a un rey Visigodo que conoció Cudberto por casualidad en una de sus visitas al diccionario.

Víctor Gutierrez: famoso escultor amigo de Cudberto y Carmensita, autor de todas las esculturas monumentales de héroes nacionales que aun se pueden apreciar por toda la vasta República de Tenochtlán.

Villa Sis: alumno de la Universidad de Kukultán involucrado en el ámbito de la política.

Yis: ver Yiusus H. Craist

Yisus H. Craist (alias Yis): Dios del País del NorteZaldi Bar: Amigo de Cudberto que vivía en El Otro Extremo del Fin del Mundo disfrutando a los 40 años de una buena fortuna que dilapidaba presumiendo su condición de soltero cotizado.

Yus: abuela de Cudberto.

Capítulo I al XII

Capítulo I
De cómo Cudberto decidió ignorar la petición de David F.

Cudberto, escritor de un pequeño, mas muy leído, diario de Tenochtlán, que gustaba de redactar en su columna diaria, historias cotidianas, recibió un día una carta que lo dejó contrariado:
Estimado Don Cudberto,
Quiero preguntarle si le es posible publicar una pequeña colaboración referente a estas experiencias. Por supuesto ya usted decidirá si la incluye en su columna o no, y si tiene relación con su área de participación. Le comento que actualmente, busco empleo y en la búsqueda del mismo me he topado con cosas un tanto inexplicables para mi y que me gustaría compartir...

David F. contó a Cudberto una larga historia que, de no haberla sentido como propia, Cudberto habría publicado. Los breves escritos de Cudberto no hacían ni más felices, ni más tristes a los Tenochtlecos, pero les habían creado una adicción a esa absurda interrogante, o sutil e inesperada sonrisa que su lectura provocaba.
Sin embargo, escribir la historia de David F. era otra cosa. Sería como desnudarse, delatar a sus compañeros, balconear a sus parientes, retratar a sus amigos, y mandar a todos a la hoguera. ¡Qué necesidad podría tener él de hacer eso, si pertenecía a la pléyade que gozaba de un empleo! No, no. Ni pensarlo. Además todo Tenochtlán pensaría que David F. no era más que un personaje inventado por él mismo para despepitar su rabia, y aquí se explica el porqué: Kadmiga, hermana de Cudberto y doctora en Sociología había sido injustamente humillada y despedida sin todas las de la ley Tenochtleca. Después de un año de búsqueda, de esperas eternas en los departamentos de reclutamiento, de entrevistas sin consecuencias y trámites engorrosos que no le habían hecho más que perder el tiempo, tuvo que cortar sus pantalones, comprarse una brevísima falda y omitir en su currículum vitae todos los estudios superiores a la primaria, para así conseguir un trabajo con un horario de 15 horas diarias, 6 días a la semana ( a veces 7, pues, es requisito indispensable en Tenochtlán la disponibilidad de horario), para servir de camarera en una compañía manejada por hombres de la Lutecilandia, (del griego blancura, lugar del extranjero llamado así, según escribió un famoso fraile Franciscano que después se volvió Benedictino, porque sus muchachas tienen los muslos del color de la leche), que al parecer, no saben más que recitar aquellos versos que Gargantúa aprendió, imitando el comportamiento falto de razón, sapiencia y buenos modales que este glotón tenía en sus primeros años*. Sin embargo los Lutecianos, por tener la piel láctea, se habían apoderado de los altos mandos en Tenochtlán, cometiendo todo tipo de arbitrariedades, con los Tenochtlecos como podemos constatar en la carta de David F.:

Soy Lic. en Administración de Empresas, Programador Analista, y tengo especializaciones en Administración Integral, conozco de Calidad en el Servicio además de tener estudios en Aplicación de Pruebas Psicometrías y experiencia en Selección de Personal…. En la consulta de la sección de clasificados he encontrado un gran numero de empleos, puedo decirle que sí hay trabajo, pero las personas a cargo de los departamentos de personal se niegan rotundamente a darle entrada a personal preparado, tal parece que, entre menos pretensiones tengan, mejor, así podrán manejarlos a su antojo. Ante mi desesperación por no poder colocarme en una buena empresa, solicité trabajo de auxiliar de servicio en una arrendadora (auxiliar es quien lava y estaciona los autos) y fui rechazado por que rebasaba los requisitos.

Cudberto, que presume de persignarse con buena mano cada mañana, nunca osaría publicar en su columna una palabra de todo esto. Se escudaba con ser padre de familia y decía que Carmensita, su mujer, si perdiera el trabajo por agitador, sería capaz de matarlo. Por eso decidió ignorar la petición de David F. no sin antes escribirle una carta (para sacudir su remordimiento y hacer honra de sus buenos modales) explicándole que, de ser mujer, le habría aconsejado la estrategia de la falda, pero que siendo hombre lo único que podía hacer era consolarlo con las palabras del ilustrísimo ecónomo Canalla Clarinete pidiéndole que no se avergonzara de su situación, ya que esto sucedía hasta en las mejores familias, y sugerirle seguir los pasos de un buen amigo suyo, que había optado por dejar Tenochtlán y emigrar a Suomilandia, tierra lejana donde aunque nostálgico y amoratado por el frío extremo, contaba con más de cuarenta días de vacaciones y por si fuera poco, pagaban por procrear.

*Para los morbosos ver Gargantúa de Rabelais capítulo XIII.




Capítulo II
De cómo Cudberto viaja con sus hijos por todo el mundo

El objeto más valioso de Cudberto era una alfombra persa, como aquella voladora del Rey Salomón, tan amplia, que su ejército completo cabía en ella. Claro la de él no era ni la centésima parte de aquella legendaria, pero cubría buena parte del área de su pequeña casa.
Desde que Cudberto recogió, paseando por un libro, esa historia del Rey Salomón, cargó con la idea de hacerse de una alfombra. Soñaba con ella cada vez que esperaba un taxi en la esquina más transitada y cuando pasaba frente a la Farmacia Paris, se imaginaba con Carmensita y sus hijos sobrevolando la Torre Eiffel.
Un día llegó al periódico un nuevo director, Cudberto pasaba frente a su oficina cuándo éste se instalaba y atisbó su zapato impecable empujando un rollo de lana que al extenderse vistió el piso de colores. A partir de ese día, no pasaba por ahí sin admirar la alfombra persa. Se podría decir, que de tanto verla, la creía suya. Pero no duraría mucho tiempo ahí. Unos meses después Cudberto recibió con tristeza la noticia: el director se iba. Al parecer no congeniaba con el partido político en turno y más tardó en desenrollar su imagen que en presentar (voluntariamente a fuerza) su renuncia. Cudberto lo vio recogiendo sus cosas y rápidamente entró a ayudarle. Hablaron del clima, tan monótono en el lugar; de la oficina, tan triste cuando todos ya se han ido a descansar; y de la familia (aunque con reserva, porque a Cudberto el director le parecía un hombre solo, que por andar sumergido en la política y en el trabajo, se había olvidado de procurarse una buena compañía, y le apenaba recordarle su soledad). Finalmente salió al tema la alfombra de Cudberto. Bueno, la alfombra que Cudberto quería hacer suya. El director se paró frente a ella y rascándose la cabeza, confesó a su ayudante lo mucho que le pesaba andarla cargando de aquí para allá. Cudberto, creía que las oportunidades son regalos del cielo y nunca se deben dejar pasar, así que se ofreció amablemente a guardarla en su casa. Y así, nuestro protagonista, al parecer pobre redactor del periódico, guardaba un mágico tesoro, gracias al cuál, él y sus hijos, viajaron por todo el mundo.
Claro, esto de la alfombra voladora, como cualquier línea aérea moderna, tenía sus restricciones y reglas: despegaba y aterrizaba en el mismo lugar y los pasajeros debían llevar siempre los ojos cerrados para evitar el vértigo y el desequilibrio, que podía resultar en una fatal caída. Sé que estarán pensando: qué chiste tiene viajar si uno no puede descender de la alfombra, ni admirar las ciudades que visita. Ah! La astucia del piloto Cudberto, solucionó ese pequeño inconveniente. Antes de iniciar cualquier viaje, se preparaba muy bien, y narraba a sus hijos la historia, paisajes y demás detalles de todos los lugares que sobrevolaban. La única que no disfrutó la alfombra fue Carmensita, quien se rehusó a viajar en ella y quería verla adornando su sala, pero su marido se opuso rotundamente con el argumento de que su alfombra no era un ornamento, sino un medio para que sus hijos pudieran volar.




Capítulo III
El País del Norte

Bruno, mejor conocido como Brunelleschi (pues en sus tiempos mozos, algún compañero sabihondo lo apodó, muy a pesar de su madre, como un famoso arquitecto italiano primer poseedor de este nombre mucho más musical) había emigrado a El País del Norte donde al parecer gozaba de una situación próspera y conveniente. Cudberto, atrapado en el vertiginoso enlace de las horas, que no lleva a ningún lado, tenía 10 años dejando para “mañana” la tarea de escribirle una carta a su amigo, hasta que llegó El Día de la Amistad de un año bisiesto y venciendo la negligencia por carta se reencontraron. Cudberto, como siempre entusiasmado con sus ideas, imaginaba el éxito que tenía su amigo en aquel lejano país, y acariciaba la idea de llevarse a Carmensita y a sus hijos a vivir al primer mundo. Interesado en saber más sobre El País del Norte, descubrió que Brobdingnag, Luggnagg, Liliput o cualquier otro país visitado por Gulliver, se quedaba pálido frente a este surrealista territorio.
En El País del Norte la gente tenía costumbres muy particulares. Por ejemplo, tener dos nombres era algo común, aunque normalmente, el segundo desaparecía detrás de la inicial, que incluso se cambiaba por uno más corto para abolir la formalidad. El ejemplo más claro era Dios: lo habían llamado Yisus H. Craist, y con frecuencia era evocado como Yis. Los nombres los escogían según su marca predilecta, fuera ésta de autos, zapatos, o accesorios, discutiéndose la mayor popularidad aquellos nombres como Lexus, Infinity, Timberland y Channel.
Como presidente gobernaba un tartamudo democráticamente electo de nombre Jorge W. Arbusto, apodado Coque, quien se caracterizaba por su escasa inteligencia. El presidente tenía la firme convicción de ser un enviado de Dios, (como si algo en este mundo no lo fuera) con una encomienda que no logró descifrar hasta que, un loco llamado , decidió tumbar su torre más alta, acto que según Jorge W. Arbusto le reveló su misión en la tierra. (Existe otra versión que asegura que el mismo Coque fue quien organizó el atentado, pues sufría de una disfunción psicológica de múltiples personalidades). Como recompensa Coque convirtió, de la noche a la mañana, a Mister L. Bin en el hombre más popular del mundo entero, aunque poco después todos se olvidaron de él y según cuenta la leyenda, bajo juramento de guardar silencio, tuvo que dedicarse a hacer películas mudas. En fin, como a pesar de todo el presidente no entendía su misión, pero no se atrevía a confesarlo, empezó a adivinar, a suponer, a decir una que otra mentirilla y a errar. Sobre todo a errar en todas sus decisiones. El mundo entero sabía que este hombre siempre se equivocaba, pero su pueblo era gente orgullosa de su democracia y no había quien se atreviera a poner en duda su infalibilidad. Seguros de haber elegido acertadamente, pasaban por alto que cada vez que tartamudeaba, le crecía la nariz e ignorando las desgracias ocasionadas por su yerro, escuchaban orgullosos sus discursos nacionalistas. En el registro civil, la popularidad de los nombres bajaba y subía como en la bolsa de valores, ganando terreno, en los momentos más difíciles, aquellos nombres que inspiraban el amor a la patria, como Libertad y Justicia, incluso no faltó quien bautizó a su primogénito con el nombre de Paisdelnorte.
Cudberto, recopilaba datos y su imaginación se daba vuelo. Cada vez estaba más entusiasmado recreando en su mente una vida fantástica junto a su amigo Brunelleschi. Aunque el tal Coque le parecía un hombre fatuo, su hermana Kadmiga que había pasado allá unas vacaciones, le contó que lo que más une a sus nativos es el deporte, y que si aprendía un poco de esto, podría conquistar sus corazones. Para ganarse su simpatía, debería conocer las reglas del béisbol, y del fútbol (un fútbol local con reglas diferentes) y saberse de memoria los equipos y nombres de sus jugadores, que elevados a la categoría de ídolos, eran el centro de la sociedad. Esto le parecía a Cudberto sensacional. Siempre había pensado que el deporte era saludable y qué mejor para sus hijos que un país que promueve el ejercicio y rechaza la formalidad. Pero no le duró mucho el gusto. Sus planes pronto se vinieron abajo. Carmensita no estaba dispuesta a dejar a su familia (que por cierto era muy grande) ni muchos menos a sacrificarse en aras de la modernidad. Apenas se enteró de lo que su marido traía entre manos, le bajó los ánimos diciéndole que según se había informado con sus amigas, en El País del Norte era tan caro el servicio doméstico, que mujeres y hombres se repartían los quehaceres, y no podía esperar el día en que lo viera con el trapeador en mano. Cudberto meditó un poco y decidió que prefería mil veces ser pobre y quedarse en Tenochtlán, donde aún se podía librar de las faenas del hogar.




Capítulo IV
De cómo Dios los hace y ellos se juntan

“Iré a los rincones de Serenguetti y Okavango en una bicicleta voladora”, escribió Brunelleschi a Cudberto, quien, ni tardo ni perezoso, investigó qué lugares remotos eran esos para compartir su viaje con Brunelleschi.
Carmensita, aprovechando lo entretenidos que estaban su marido y sus hijos, tomó su bolsa y salió a la calle apresurada.
Mientras Cudberto y sus hijos sobrevolaban Serenguetti y Okavango, Cudberto narraba historias para explicarles el porqué, en aquella reserva, existían aun más de un millón de animales:”El gigante Hurlay, gran comedor de sopas, cargó el arca de Noé y con ayuda de Dios salvó a millones de animales del diluvio”. El pequeño Sisenando ( a quién Cudberto bautizó con ese nombre en honor a un rey Visigodo que conoció por casualidad en una de sus visitas al diccionario) preguntó: “¿cómo sobrevivió Hurlay al diluvio?”, y su padre explicó que era tan grande que el agua no lo cubría, y a Noé se le ocurrió enviarle víveres por una chimenea. Sisenando y Carmensitita ( bautizada así en honor a su abuela Carmen y a su madre Carmensita) estaban asombrados con las historias de aquella tierra mágica que parecía moverse eternamente. Por último a lo lejos vieron “La Montaña de Dios”, un volcán activo que se extendía en un valle dorado por la luz del sol.
Cuando regresaron de su viaje, Carmensita no estaba. Y Cudberto sintió muchísimo su ausencia pues, después del vuelo Sisenando y él tenían muchísima hambre y tuvo que preparar , él mismo, un complicado plato de cereal con leche (su especialidad en casos de emergencia). Cuando apareció la madre ausente, Carmensitita le preguntó a dónde había estado, y ésta respondió:”Viajando en la máquina del tiempo”. Los niños abrieron los ojos asombrados, y Cudberto frunció el seño, pero como tenía cola que le pisaran, no se atrevió a decir más, incluso hasta se sintió culpable, pues pensó, que su gran imaginación podía ser un síntoma de aquella enfermedad que padeció un caballero de La Mancha, incurable y pegadiza.




Capítulo V
Carmensita y la máquina del tiempo

Carmensita había recibido una llamada de Rey, su antiguo enamorado. Quería compartir con ella el chisme más caliente del día: un antiguo compañero de ambos, un tal Júnior Green, que se hacía pasar por ecologista, aparecía en todos los medios queriendo competir en popularidad con el famosísimo –aunque nunca bien ponderado- Mister L. Bin, pues había sido filmado con las manos en la masa en una tranzotota. En sus años mozos, Júnior Green gustaba de matar insectos y patear perros; había sido expulsado de la escuela junto con toda su banda, y no teniendo nada mejor que hacer, ayudado por su acaudalado padre Mr. Notenymor Green, formaron el Partido Green, ocupando sus miembros, importantes puestos de la vida pública de Tenochtlán.
-¡Qué te parece -le dijo Rey – las hazañas de nuestro ex-compañero.
-Por ahí leí que su secre había dicho, casi llorando, que Júnior era incapaz de semejante tranza - agregó Carmensita -, pues tanto él como su familia, ya tenían mucho dinero.
-En efecto, siempre fueron ricos, pero eso no es una prueba de honestidad, por el contrario, eso quiere decir que esas costumbres las han mamado, y aclara de dónde proviene la fortuna familiar.

Pero bueno, dejemos el diálogo de este par de chismosos, pues a mí nunca me ha interesado la política y no entiendo de esos asuntos. Lo que quería contar es el trastorno emocional que ocasionó a Carmensita la inesperada llamada. Lo primero que hizo, fue internarse en la nube del recuerdo. Después de colgar se sentó en un sillón como ida, a repasar esos años que tenía tan olvidados: los carrazos en los que andaba con sus compañeros; los lugares tan chic –al igual que Odette* no tenía muy claro el significado de esa palabra, pero la usaba- a los que asistían; el día en que un tal Charly Delgado le había mandado decir que estaba muy guapa y ella le había contestado que no le gustaban los flacos. ¡Quién le hubiera dicho, ese tal Charly Delgado se había vuelto uno de los hombres más ricos del mundo! Después de algunas horas de letargo regresivo, se despertó cuando su marido llegó a casa. Aprovechando que éste cuidaría a los niños, salió con cualquier pretexto, a casa de sus padres y viajó al pasado en el cajón de sus recuerdos.
Aquella voz, las fotos, y otras chucherías que tenía guardadas, le sacudieron la memoria: la Carmensita de hoy, y la Carmensita de ayer, se contemplaron con una tierna complicidad, con un divertido afecto, como dos gemelas que conocen lo que hay detrás de sus máscaras.
Regresó ya tarde, cuando los niños y Cudberto ya habían cenado. Ni cuenta se había dado qué hora era. Parecía una chiquilla enamorada. En las venas le hervía el pasado, sus poros exhalaban memorias y tenía la cabeza atiborrada de si-hubieras. Fue entonces cuando su marido le preguntó dónde se había metido, y ella respondió que había estado viajando en la máquina del tiempo. Carmensita pasó algunos días bastante ofuscada, incluso dejó de hacer la limpieza, y la cabeza se le fue llenando de telarañas. Como no cree en las casualidades, suele resolver sus problemas existenciales con Sortilegios Virgilianos** y por alguna justificada razón salió a su encuentro “Madame Bovary” en el momento justo. Carmensita tomó el libro y lo abrió donde indicó su uña. Página 279. Leyó: “Parecíale que Emma había retrocedido ahora a un pasado lejano”. Lo cerró de golpe, aquella frase describía su momento pero no era suficiente, así que lo intentó de nuevo. Página 112. Leyó: “Confundía las sensualidades del lujo con los goces del corazón”. Efectivamente, esto sí funcionaba. Los libros siempre le daban una lección. Pero ya picada con el jueguito, se dijo a sí misma que la tercera era la vencida y quiso leer de nuevo. Página 88: “...la calma en que hasta entonces había vivido fuese la felicidad que había soñado...”. El libro, como si estuviera vivo, casi se le cae de las manos y cuando quiso continuar la frase, ya el libro estaba en la página 219: “...el deber es sentir lo que es grande, amar lo que es bello, y no aceptar los convencionalismos de la sociedad”. En ese instante, llegaron sus hijos a interrumpir la conversación que estaba teniendo con Flaubert, insistiendo que viajara con ellos y Cudberto en la alfombra mágica. San Flaubert realizó un milagro: esas palabras que había leído, como si fueran un hechizo, hicieron realidad el deseo de Carmensitita y Sisenando: su madre , aunque usted no lo crea, no volvió a viajar más en la máquina del tiempo, y se unió al plan familiar. Cudberto, no encontrando una explicación lógica a este cambio drástico de actitud, y queriendo adjudicarse todos los créditos, confirmó entonces su teoría: su locura era contagiosa.

* Amante de Swan en “En busca del Tiempo Perdido” de M. Proust.
**Manera de augurio donde leyendo la frase de un libro en la que antes de abrirlo había puesto la uña.




Capítulo VI
Del instante en que Kadmiga se cruzó con el famoso autor del libro “8 poenalgadas”.

La tarde de un jueves, Kadmiga leía títulos, autores y contraportadas, en una famosa librería de la calle Miguel Ángel de Quevedo. En los corredores repletos de palabras, conversaba en absoluto silencio con un mundo elocuente, como si aquellos estantes fueran un oráculo y entre tantas frases, las que salían a su encuentro aclararan sus dilemas. En un respiro meditabundo levantó la vista, y al cruzar su mirada con la de un hombre que estaba detrás del librero, no pudo más que sentir -equivocadamente- que aquellos ojos que interceptaban los suyos, la reconocían de la misma forma. Estuvo a punto de saludarlo con una emoción espontánea, pero en ese instante su cerebro, cotejó la imagen recibida y frenó el impulso en seco: aquel individuo que se le antojaba amado, no tenía ni la menor idea de quién era ella. Era Pablo Boullosa autor de 20 poemas a unas nalgas de editorial Verdehalago y en efecto compartía sus ideas con Kadmiga los sábados por la tarde en el canal 22, pero él tenía la desventaja de hablar con alguien a quién no veía. “Tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida” diría Kadmiga evocando a Tablada. Y en esos eternos instantes de la mente, pensó decirle algo a aquel hombre que compartía sin conocer pero haciéndose conocido. Bien dice Fuentes que prestarle atención a otro es una forma de amor, pensó. Y si Kadmiga le prestaba atención a aquel hombre una vez por semana, la filosofía de Fuentes* justificaba su pueril comportamiento, pero antes de que pudiera decirle nada, un empleado abordó al sujeto en cuestión para preguntarle algo sobre un libro que había mencionado en su programa de televisión, rompiendo, irremediablemente, aquel momento, transformando el sentimiento de Kadmiga: aquel familiar y querido, en la invisible barrera que nos separa de todo personaje público reconocido e importunado. Cualquier intento de acercamiento, habría sido una violación a la intimidad. No sólo a la del conocido desconocido, sino a la suya propia. Romper la magia del diálogo más profundo y caer en el vulgar acoso que animaba su capricho. Kadmiga prefirió mirarlo de reojo, como quién no quiere la cosa, como si no tuviera la más remota idea –verdad casi absoluta- de quién era aquel individuo. El hombre, terminó, lo más rápido que pudo, la conversación con el empleado y se alejó casi huyendo, perseguido, como siempre, por la mirada de alguien a quién él nunca vería.
Seguramente Kadmiga le contaría más tarde a alguien, que había encontrado al tipo que salía los sábados por la tarde en la televisión, que lucía mucho más sofisticado que en el programa, que llevaba un traje claro sacado de alguna revista, y que parecía en exceso serio y reservado.
Seguramente aquel hombre contaría más tarde a alguien, que en la librería le habían preguntado por tal o cuál libro, pero nunca diría que había visto a Kadmiga, que iba vestida de azul, que llevaba el pelo recogido y tenía las facciones demasiado delicadas para su gusto. Porque él la había visto sin verla, y esas imágenes, tan breves, normalmente se olvidan.

*Carlos Fuentes




Capítulo VII
De cómo Cudberto publicó la anécdota de Kadmiga

Después de haber encontrado en la librería al autor del libro “8 poenalgadas”, Kadmiga sintió unas profundas ganas de escribirle una carta. Según Cudberto, su hermana siempre se había creído la protagonista de su propia novela, y no soportaba la idea de ser ignorada. Lo cierto es que, tuviera o no razón, ella no quiso ser el fantasma que ve sin ser visto, y aficionada a provocar, comprobaba, una y otra vez, la ley metafísica de la correspondencia: a cada acción corresponde una reacción.
Cudberto llevaba unos días de sequía mental. Tenía que escribir su columna del periódico, y por más que incubaba una idea, le parecía que no existía en todo Kukultlán una cabeza más estéril que la suya. Pensó en escribir sobre el Festival de Cine de Guadalajara, y de lo popular que se habían vuelto los largometrajes tomados con video digital, en lugar del tan costoso formato de película. Intentaba comunicar, que el video digital había abierto las puertas al cine Tenochtleco, dando la oportunidad de que se tuviera un cine de mejor contenido, y no sólo las superproducciones llenas de efectos especiales que realizaba el País del Norte (por cierto, y hablando del País del Norte, haremos aquí un paréntesis para contar que su presidente, Jorge W. Arbusto, estaba desviando los fondos de reparación de un importantísimo telescopio, para filmar escenas en Marte, esto tendría mucho más raiting y produciría más dinero que las investigaciones científicas). Sin embargo al hablar del séptimo arte, Cudberto tendría forzosamente que tocar el punto del Gobierno y meterse con todos los políticos de Tenochtlán, quienes comenzaba a incursionar con sus cortometrajes, pero la gente ya estaba harta de que en todos los medios – no se sabe si por desviar la atención del público – repitieran sus peripecias una y otra vez, así que ese tema quedó descartado.
Sin embargo, Dios aprieta pero no ahorca. Su abuela Yus,siempre le dijo: “Cudbertito, reza a las animas del purgatorio, rezándoles las liberas de su penar y agradecidas te conceden tus peticiones”. Debieron entonces ser las ánimas del purgatorio las que pusieron en manos de Cudberto el valiosísimo material para publicar en su columna: la carta que Kadmiga escribió al autor del libro “8 poenalgadas”. Claro está que Cudberto, como buen sobrino de su tía Benita Vergara (famosa por sus historias fantásticas tomadas de la realidad), le puso sal, pimienta y chile habanero al original, y ventaneando a la familia – como acostumbraba cuando desaparecía su numen- , publicó en el diario más leído de Kukultlán una carta que esperemos nunca haya leído el famoso escritor, que en mala hora tropezó con su hermana, y que dice así:

Estimado Pablo,

Uno siempre provoca, pero a veces, provocamos sin darnos cuenta. Y es por eso que le envío esta carta, porque pienso que le gustará leer, un momento cualquiera de su propia vida, visto desde el otro lado del librero.
El jueves 25 de Marzo, en punto de las seis de la tarde, estaba yo en busca del tiempo perdido, en la librería, cuando de pronto a menos de un metro de distancia, me tope con usted. Tengo que confesarle que en eses momento no supe quién era y antes de permitirle a mi impulso la traición de abrazarlo apasionadamente y plantarle un beso, me detuve a investigar en mi banco de imágenes dónde había yo visto antes esa familiar cara. Gracias a Dios que la mente es más rápida que los ojos y pude frenar mis ganas, después me quedé pensando qué podía decirle, cómo podía yo deshacerme de su internacional fama y acercarme al ser humano que vi en sus ojos, pero un imprudente empleado me cortó la inspiración y no pude más que quedarme con las ganas.

El titulo de su libro me recordó "Los horribles y espantosos hechos y proezas del muy famoso Pantagruel". Me podría decir dónde lo puedo encontrar, tal vez vuelva a provocarme.

Al ver publicada semejante variación de su epístola, Kadmiga se entristeció, comprobaba una vez más que a cada acción corresponde una reacción y no habiendo recibido respuesta alguna su destinatario, supo que no siempre la reacción es la deseada.




Capítulo VIII
Una vieja historia del famoso escultor Víctor Gutiérrez

En un restaurante de Tenochtlán cuyo nombre desconocemos, con una taza de té en la mano, una mujer de buen talante miraba con insistencia al garboso Maestro Víctor Gutiérrez*, sentado a unos cuantos pasos de ella.
Distraído el Maestro, olvidó su fama y se sintió cohibido por la desconocida. Con elegancia, limpió cualquier resto de café que pudiera haber quedado en sus labios y en cuanto pudo, volteó con discreción al reflejo de un cristal, para comprobar la pulcritud de su facha. La dueña de aquellos ojos, tal vez tímida, nunca se acercó, pero siguió clavándole suavemente su pupila. El Maestro incómodo terminó su café, y en cuanto pudo, se alejó para siempre.
Seguramente la mujer pensó que él no había reparado en ella, que por completo la había ignorado (como supuso Kadmiga cuando cruzó su mirada con Boullosa). Pero no fue así. Su mirada había penetrado al Maestro profundamente. Desde ese día, incansable, intentó reproducir aquella expresión en un sin número de esculturas. Le pesaba haberse negado a sí mismo la oportunidad de conocer, posiblemente, un alma gemela.

Muchos años después, llegó a sus manos una carta que lo hizo revivir aquel momento lejano (esa carta que Kadmiga escribió al famoso escritor Boullosa, tras haber cruzado con él una mirada, la misma carta que después encontró Cudberto y tuvo a bien publicar en el periódico, con no pocas modificaciones). Gutiérrez se sintió triste al no poder recordar el rostro de la dama, y tratando de alcanzar ese instante diluido en el pasado, de eternizar el momento para que no quedara olvidado, como sucedió años antes, escribió a Cudberto. Esté último, que más que escritor parecía Celestina, publicó la historia, con la esperanza de dar una posibilidad a aquella mujer de enterarse que el escultor también la había mirado y guardaba de aquel día un sentimiento.

Nunca sabremos si la interesada leyó la historia. Lo que si sabemos es que la leyó Kadmiga, y se sintió feliz al comprobar una vez más, que a cada acción corresponde una (o varias) reacciones. Además cada vez que ve en la plaza un héroe nacional de la autoría del Maestro, no puede evitar el mirarlo fijamente a los ojos, queriendo descubrir en el rostro del hombre rudo, la mirada misteriosa de la dama desconocida.


*Como referencia por si algún despistado se pregunta: ¿quién será ese famoso Maestro?, aclaramos aquí, que es el autor de todas las esculturas monumentales de héroes nacionales que aun se pueden apreciar por toda nuestra vasta República de Tenochtlán.




Capítulo IX
De Cudberto en Roppongi Hills

Cudberto estaba al borde del suicidio. Tenía que escribir algo en su columna y desde hacía unos días, el departamento de creatividad de su cerebro estaba en huelga. Las pasadas colaboraciones habían sido algunos escritos inéditos que tenía de reserva, pero hoy estaba a punto de mandar a imprenta un refrito, pues su mente estaba ocupada tratando de dilucidar cómo una imprenta pequeña, ubicada en la ruta 700 de Kukultlán, puede convertirse en una editorial internacional con sede en Roppongi Hills.
Aquello era una idea , nada menos que, de su queridísima esposa Carmensita, quien en sus ratos de ocio, acostumbraba leer con detenimiento, uno por uno, los anuncios clasificados del periódico, hallando las propuestas más descabelladas. En esta ocasión se trataba de una imprenta: negocio con potencial millonario.
El dueño era Don Leodegario Sansón Reyes uno de esos musculosos que concursan levantando pesas. Sansón Reyes dedicaba buena parte de su día al entrenamiento, después, hasta altas horas de la noche, se pasaba en “su consultorio” ubicado a media selva, dando remedios para los males del corazón. “Ahí es donde está la lana” le dijo a Cudberto. “Aunque no lo creas, mi fama ha traspasado las fronteras y me buscan las damas despechadas de todas partes de mundo”. El forzudo Leodegario no podía atender la imprenta, y aunque aseguraba que veía su futuro en Roppongi Hills, no era lo suyo y requería que alguien se dedicara a esta de tiempo completo. “Cada quién tiene que buscar su pasión, y ahí no está la mía” dijo Leodegario.
El pobre de Cudberto no sabía qué hacer. Primero lo había entusiasmado la idea de tener sus propias publicaciones, incluso ya había prometido publicar a todos sus cuates sin censura. También viajó en su alfombra mágica con su familia a visitar esas Roppongi Hills, que no tenía ni idea de dónde estaban. Pero luego Carmensita empezó a hablar de la labor de venta. Tendría que comprarse un traje de casimir inglés e ir a ver a los directores de las mega corporaciones para que invirtieran en publicidad. Su hermana Kadmiga también metió su cuchara, sugirió aliarse con alguna institución internacional para obtener apoyo, pues, además de conseguir el dinero que pedía el actual propietario, necesitaría invertir en varias cosas como vehículos para la distribución de las publicaciones. La opinión de su amigo del alma, Brunelleschi, fue aun más desalentadora. Le contó historias sobre amenazas que recibían en el País del Norte algunos medios de comunicación, de los malos entendidos y de la responsabilidad que conlleva la comunicación masiva. Su jefe, el director del periódico, se quejaba constantemente de no ver a su familia y Cudberto extrapoló el trabajo de su jefe al de un director de una editorial de tirajes millonarios y distribución internacional y se soñó envuelto en un laberinto de espejos y vidrios (como el Kusamatrix* que vio en el MOMA de Roppongi) a través de los cuales veía la imagen de sus hijos, Carmensitita y Sisenando multiplicada en espejismos, mientras bolas rojas y blancas que él había impreso, le impedían avanzar y encontrar el camino hacia ellos. Cudberto estaba aterrado con eso de convertirse en empresario, pero no quería fallarle a su mujer, que en su juventud había rechazado al gran empresario Charly Delgado por casarse con él.
Lo que lo sacó de apuros aquella tarde fue la visita inesperada del gran Maestro Víctor Gutiérrez. Elocuente, el Maestro lo hizo olvidar los gastos de sus futuras oficinas en Roppongi Hills, y le contó la anécdota de aquél que se quería pasar de
listo y él lo cayó preguntándole qué quería decir México. Uf!, entonces sí que Cudberto empezó a sudar la gota gorda. Le pidió a la Virgen y a todos los Santos que lo ayudaran: que el maestro no le preguntara a él qué quería decir México, pues se sentía avergonzado de no saber el significado del nombre de su propia tierra. Pero antes de que todos los coros celestiales pudieran ayudarlo, él confesó su ignorancia orillando al Maestro a contarle la historia misma que publicó en su columna esa tarde ( y nosotros publicaremos la semana entrante).
Cuando llegó a su casa, rezaba nuevamente a la Virgen y a todos los santos pidiendo que Carmensita no lo atosigara con lo de la imprenta. Los niños ya estaban dormidos y Carmensita lo esperaba leyendo la sección de clasificados. Al parecer ya se había olvidado del negocio millonario, porque unos amigos de sus padres, que conocían el ramo, se habían mostrado escépticos. Ahora le pedía a Cudberto su hoja rosa del IMSS y sus recibos de nómina, pues la esposa de Bunelleschi le había metido en la cabeza la idea de abrir un hotelito para minusválidos. Estaba buscando en el periódico una oportunidad, y necesitaba tramitar un crédito hipotecario y el del Infonavit. Cudberto respiró aliviado. Sabía bien que esos trámites burocráticos la mantendrían ocupada por un buen rato.
*Obra del artista conceptual Kusama Yoyoi http://www.mori.art.museum/english/contents/kusamatrix/index.html




Capítulo X
Del artículo que escribió Cudberto sobre el significado de la palabra México

Aprovechando la arena suelta, el maestro tomó un palo seco, que al niño le pareció un cayado, y con éste dibujó una figura en el suelo.
- ¿Qué ves aquí? Le preguntó.
- Un conejo. Contestó el niño.
- Es el mapa de la cuenca del México antiguo, el contorno de aquellos islotes se parecía a la figura de un conejo.
Entonces dibujó alrededor un círculo. Era el lago de Texcoco, pero al niño le pareció el dibujo de la Luna, con sus manchas obscuras simulando la liebre que le había mostrado su abuela.
- En el centro de éste círculo estaba Tenochtiltán, o la ciudad antecesora de la Ciudad de México. Cuentan los mitos aztecas, que el dios Huitzillopochtli pidió al pueblo Mexica construir un templo donde vieran un águila sobre un maguey devorando una serpiente. Eso es fácil de recordar, pues está en el centro de nuestra bandera, y es precisamente en el centro de éste mapa, donde se encontró el águila.
- ¿Por eso el centro de la bandera es blanco, porque el águila estaba en el centro de la Luna? Preguntó el niño.
- Tal vez. Si pensamos que la gran Tenochtitlán fue fundada en el ombligo del conejo de la Luna. Contestó el maestro.
Pero el niño, se quedó con una duda. ¿Quién había llegado primero a la Luna, los Mexicas o los del País del Norte?. Pero ya no preguntó porque el maestro siguió su relato.
- El nombre de México, lo tomaron de la unión de tres voces del idioma náhuatl: metztli que significa Luna; xictli, ombligo o centro; co, lugar. Por lo tanto, la palabra México viene de lugar en el centro de la Luna. En el castellano antiguo no existía el sonido actual de “j”. Palabras como “caja”, “bajo” o “jarabe” se escribían con “x” y se pronunciaban como en inglés “sh”. Cuando cambió la pronunciación de “x” a “j”, se le empezó a llamar “Méjico”, pero se siguió escribiendo con “x.

Existían otras versiones, del origen de la palabra, pero esta era la más aceptada y la más fácil de recordar. Así como el mito del águila y la serpiente que estaba presente en la bandera, a partir de entonces el origen de la palabra México estuvo presente en el niño cada noche de luna llena.




Capítulo XI
De los horribles mamotretos que sembró el D.V.E.

Cudbeto estaba realmente indignado. Esto si ya era el colmo. Un camión lleno de mamotretos para colocar publicidad, se paraba a media calle para plantar, cada 10 metros, horribles aparatos de acero, afeando la avenida más linda, orgullo de Kukultlán.
Desde hacía un par de años, Kukultán era gobernado por un ecologista del mismo bando del famoso Junior Green (aunque al parecer ya también entre ellos había riñas). Todos los habitantes de este hermoso lugar, habían soñado que después de tener como presidenta a la Magalicienta (quien no tenía ni la más remota idea de cómo hacer para preservar la naturaleza de este paraíso terrenal, y había sido altamente criticada por gastar los fondos del gobierno en una fiesta de quince años para su hija y construir un teatro para el pueblo que no pudo concluir) la llegada de un doctor veterinario, ecologista (D.V.E.) sería una bendición divina, pues velaría por la flora y la fauna marinas, preservaría la selva y plantaría árboles, donde la plaga humana había devastado. Pero la realidad fue otra: el malévolo D.V.E. solamente había velado por sus intereses económicos (no ecológicos) y así, dio permisos para continuar la construcción de altos rascacielos en zonas de alta densidad, permitió que los sindicatos se mudaran a vivir a los camellones (siempre y cuando pusieran mantas con faltas de ortografía y mensajes de protesta) forró las glorietas, que antes tenían solamente fuentes y flores, de mensajes publicitarios, y en lugar de sembrar árboles, sembraba mamotretos de acero.
Lo triste de todo era que la gente no decía nada. Al parecer, los habitantes de Kukultán estaban absortos en su trabajo y muy cansados por las jornadas de 15 horas, 7 días a la semana. Todos pasaban por alto, que sus empleos se debían a las bellezas naturales y había que preservarlas a toda costa. Cómo deseó Cudberto en ese momento que regresara la Magalicienta y destronara a escobazos al D.V.E. Cudberto incluso recordó con nostalgia el momento en el que la Magalicienta había colocado unos lindos letreros a lo largo de la ciclo pista que hablaban de las plantas que ahí crecían, con el único fin de educar a todos los que pasaban por ahí, y unos bándalos los había arrancado. ¿Dónde estaban esos bándalos que habían arrancado los letreros? ¿Por qué no se deshacían también de los mamotretos del D.V.E.?
Cudberto llegó de mal humor a su casa. La que tuvo que aguantar gritos y sombrerazos por su frustración, fue la pobre de Carmensita, que le propuso convocar a una marcha silenciosa, como esa que hubo en el centro del país, y que habían visto por televisión con las lágrimas en los ojos de emoción al ver tanta gente unida en armonía, reclamando su derecho a la seguridad, a la paz y a la tranquilidad. Lástima que Cudberto era como todos sus compatriotas, que se quejan pero no sabían qué hacer, no sabían cómo reclamar, o dónde quejarse, mucho menos se atrevería a destruir los mamotretos. En aquellos tiempos, los ciudadanos pensaban que el poder era todopoderoso y le tenían miedo. Lo único que hizo Cudberto al acostarse fue pedir a las ánimas del purgatorio, y a San Charbel, que al parecer estaba siendo popular por milagroso, que pronto el ánimo de las marchas silenciosas se extendiera por todo el territorio hasta llegar a Kukultán y que así esta masa blanca de orden y armonía, que cobraba dimensiones extraordinarias, lograra eliminar todos los mamotretos horrendos, desalojara a los sindicatos de los camellones y Kukultán volviera a ser esas ciudad libre de contaminación visual, bella y sana como era cuando Cudberto llegó 30 años atrás y se enamoró de ella.




Capítulo XII
Del porqué Cudberto quería cambiar de planeta

Con el firme propósito de incentivar su intelecto, Cudberto se inició en una jornada educativa que abrió su paso seductor deleitándolo con el concierto inaugural de la Orquesta de Cámara de Kukultán dirigida por el inigualable director Mon Roi. Ahí sus hijos aprendieron algunos consejos de lo que se debe y no hacer en tales espectáculos. Además, él y Carmensita se embriagaron con la deliciosa música que desde su llegada a Kukultán no habían podido escuchar en vivo. El momento fue tan emotivo que hasta soltaron unas lágrimas en comunión con el director cuando dirigió unas palabras al auditorio.
Sin embargo, los últimos hallazgos de su intelecto no habían sido tan afortunados.
Para Cudberto, la política era un baile de máscaras más dramático, fastuoso y falso que el de Verdi; las noticias un cuento tan fantástico como los de Enrique Alonso*; y todo lo que involucraba poder, una metáfora del verdadero sentido de las cosas. Pero Cudberto se transportaba en una burbuja (su Bocho blanco) de su hogar dulce hogar, al trabajo y de regreso; viajaba con su familia en su alfombra voladora, ilustrando sus destinos con el Jistori, Discoveri y Nashional Giografic; se alimentabas de literatura clásica y escribía su columna en el periódico con el uso atinado de su imaginación desbordante. Con el propósito de hacer más provechoso su ingenio, se había inscrito en un seminario llamado “Desarrollo estratégico de nuevos productos”, mismo que no logró hacer volar su imaginación, sino forzar un aterrizaje violento al mundo real. “No se espante Cudberto, -le dijo el Maestro Bello Armenta - yo no le digo esto para que no pueda dormir, sino porque quiero que esté informado y tome libremente sus decisiones”. Y eso de tomar las decisiones correctas, implicaba no volver a comer una pizza, ni hamburguesas, ni ninguno producto de franquicia de delicioso sabor y empacado en cajas de brillantes colores, pues todos estaban hechos en laboratorios y no tenían ni un solo elemento natural y puro. Pero no sólo eso, según el Bello Armenta ( doctor en bioética) el jamón que se vende en el super tampoco está hecho de carne, sino que es una gelatina de sabrádiosqué, los pollos de algunas franquicias, son trans-génicos con mucha pechuga jugosa pero que – aunque usted no lo crea- se reproducen genéticamente sin cabeza.
Claro, argumentó Cudberto, si somos tantos en el mundo es necesario reproducir todo en cantidades industriales, qué más da cómo los hagan, mientras el sabor sea bueno y quite el hambre. Pero el Maestro continuó explicando que esto provocaba reacciones secundarias: en el País del Norte, principal productor y consumidor de estos alimentos, los pre adolescentes empezaban a tener alteraciones hormonales en su desarrollo, se detectaban síntomas de enfermedades que no eran propias de su edad, y en los adultos la obesidad crónica entre otras. Para acabarlo de asustar, tocó el tema de los transplantes genéticos, poniendo por ejemplo a un enfermo del riñón: “los doctores reproducen de una célula del paciente un embrión (clonación) para obtener una célula madre, a los 14 días la célula madre ya está lista para crear de ahí un riñón sano de iguales características al enfermo, y el embrión es desechado como basura. Claro que el paciente no se entera de que, para reproducir su riñón, fue necesario hacerle una clonación y matar al feto”.
Y todo esto venía al caso por aquello de los nuevos productos y para concienciarlos de la bioética (ética de la vida). También el Maestro habló de los tratados de libre comercio y muy especialmente del Nipón que para establecer relaciones con otros países exigía regulaciones anticontaminantes y condiciones que favorecieran su competitividad, pero que el País del Norte (máximo productor y consumidor de productos contaminantes) no se vería beneficiado con estas regulaciones, por lo que no permitiría al Tenochtlán ( su vecino más próximo) llegar a un acuerdo con el Nipón.
Cudberto se dio cuenta que Tenochtlán con la corrupción extrema y teniendo de vecino al País del Norte, estaba en el hoyo. Con ganas de mejorar su ánimo después de haber leído todo lo que el Maestro les dejó sobre la globalización y sus malestares, decidió ir al cine a despejar la mente. Carmensita elegió un documental sobre Jorge W. Arbusto (gobernante del País del Norte), su escasa inteligencia, sus guerras para beneficio propio, las muertes que ha provocaba y su relación amistosa con la familia de Mister L. Bin (supuesto terrorista).
Definitivamente eso de la burbuja ( bocho blanco), la alfombra voladora, y la literatura clásica, era vivir con los ojos cerrados. Cudberto quería encontrar la forma de hacer algo, antes de huir de este mundo cruel. Pero por el momento, no encontró mejor forma que abandonarse a la música del director Mon Roi, no sin antes ponerle en claro a Carmensita que a partir de ese día, en su casa, la comida sería orgánica y no promoverían más productos contaminantes de esos con los que se enriquecen Jorge W. Arbusto y sus secuaces.

*Productor de un programa de televisión del SXX llamado “Cuento Fantástico”.